¿Qué se puede escribir cuando Jorge Alís ya lo dijo todo? La nómina de adjetivos para describir su rutina resulta más larga que una lista de útiles escolares de primero básico. Brillante, rutilante, hilarante, contingente, histriónico, observador. Dijo el doble de garabatos que la Chiqui Aguayo, pero los utilizó mejor. Hizo el mismo análisis matrimonial que el Stefan Kramer del año pasado, pero fue más atrevido e incisivo. Fue tan original como Felipe Avello, pero más soberbio.
El “Argentino QL” destacó dos frases que deberían reemplazar al “por la razón o la fuerza” en el escudo patrio: “no se lo dije, pero lo pensé” y “quedo atento a tus comentarios”. Con esa renovada y mordaz radiografía social que los más viejos aprendieron con Coco Legrand, Jorge Alís dejó al mismo monstruo que devoró a Jani Dueñas y se compadeció de Dino Gordillo como un peluche de Village que no paró de reír hasta las lágrimas.
Al ingresar con caribeños vestidos de huasos, ya sabíamos de entrada que iba a decir unas cuantas verdades. Alís habló de las cosas que suele escribir un tuitero promedio, pero lo hizo ante las millones de personas que ven el Festival de Viña en distintas partes del mundo. Racismo, chaqueteo, hipocresía, política, facho pobre, el garzón pesado, Patricia Maldonado, Lucho Jara, Cathy Barriga, grupos de WhatsApp, comercio ambulante, Metro de Santiago, Transantiago, Iglesia Católica, pacogate, milicogate, machismo, feminismo. Nadie se salvó. Incluso hizo que la alcaldesa Virginia Reginato luciera en su propia casa su peor rostro, cosa que la pifiadera de estos días en su contra no había podido lograr. También hizo reír a Juan Cristóbal Guarello, un personaje que expresa tanto como una pared o el color beige.
Hasta en la rutina de @JorgeAlis salió la alcaldesa Cathy Barriga 😂👏 #Viña2019 pic.twitter.com/hTWBkzFAdQ
— Canal 13 (@canal13) February 28, 2019
Por esto y más fue bien recibida la emoción que expresó al final, porque no se trató de la sensiblería típica de otros humoristas que han pasado por Vña. Sus lágrimas al recibir las gaviotas — merecía una bandada de ellas, comandada por la gaviota de platino— y la alusión a sus hijos chilenos eran genuinas. Estuvimos a punto de perderlo. ¿Y si la disfonía continuaba? ¿Cuántos temieron por su voz en el minuto en que Alís hizo el sketch de la cocina, al cargar el refrigerador y “lanzarlo” por los aires? No sólo fue una rutina genial, sino llena de suspenso. Si hay alguien más genio que él, es quien le dio el remedio para recuperar la voz.
Jorge Alís eclipsó a un consagrado ídolo de señoras como Marco Antonio Solís. El show que ofreció el “Buki”, sin negar la maravilla de su contenido, quedó como la ensalada que acompaña al plato fuerte. Pero en ese entonces nadie lo sabía. Se subió al escenario como un Jesús vestido de Elvis Presley para oficiar aquella misa de sombreros rancheros. Tal fue su poder de Mesías de la canción romántica que revivió los mejores tiempos de Mauricio Israel, leyendo los diarios en las mañanas de Mega, e hizo que hasta los más flojos pensaran en hacer aseo.
Como todo papá chocho, subió a sus hijas Alison y Marla al escenario (vestidas con el guardarropa de Garibaldi y RBD) para cantar con ellas una versión poco afortunada de “Dónde estará mi primavera”. El monstruo cebollero esperaba la catarsis que produce esa canción, pero al final se tuvo que conformar con una versión animada, muy lejana a la tragedia de la melodía y la letra. Más encima, a las chicas —que no cantaban mal, hay que ser justos— les pasaron micrófonos comprados en el mall chino y sus armonías apenas se entendieron. El público las escuchó con respeto y las aplaudió pese a la frustración, porque se espera lo mismo cuando los hijos hacen sus gracias en el acto del colegio.
Parte del público esperaba que Solís invocara a Ernesto de la Cruz y cantara “Recuérdame” de la película “Coco”. Pero en lugar de robarle el repertorio a Carlos Rivera, optó por “Si no te hubieras ido”, canción en la que el monstruo sí pudo terminar de desahogarse. Se llevó las dos gaviotas y las llaves de la ciudad, aunque muchas personas también querían entregar las suyas. Si bien su presentación no tuvo mayores novedades más que la de cantar con un invisible Enrique Iglesias, el mexicano es uno de los infalibles en la historia de Viña.
Tras la presentación de Jorge Alís y los resultados de la fase de grupos de las competencias, el público de la Quinta Vergara quedó reducido a la mitad. Pero a Carlos Rivera no le importó, porque para él se trataba de un sueño cumplido. El también mexicano llegó gracias a una persistente campaña de sus fanáticas y su trayectoria. Arribó con el rótulo de “la voz de Coco” y finalmente mostró que es mucho más que eso. Mucho más que un simple galán de la canción.
Rivera entró a escena a las 2:40, mientras los encargados de limpieza barrían la galería y las “Riveristas” mostraban su total devoción, algunas abrigadas hasta la nariz. Con un cuerpo de baile vestido de negro y músicos uniformados, el cantante arrancó con “Amo mi locura”, una canción biográfica que interpretó con limpieza y encanto. A diferencia de Sebastián Yatra y David Bisbal, Carlos Rivera exhibió un nivel vocal más estable.
También fue creativo en su performance. Estableció una “kiss cam” y una “proposal cam”, es decir, transparentó todas las cosas que suelen suceder en un concierto romántico. Hubo al menos dos peticiones de matrimonio y varios besos apasionados de los valientes que se quedaron en la Quinta para verlo. También le hizo un gran favor a TVN al hacer publicidad de la teleserie vespertina “Amar a morir”, que (al fin) se estrenará la próxima semana. La calidad del show dejó en claro que tiene que volver a un festival en el que no lo pongan en la madrugada.
Si bien la cuarta noche será inolvidable y renovará la carpeta de memes de muchos computadores, estamos a horas de que los Backstreet Boys suban el nivel de un festival que hasta ahora tiene la misma cantidad de fortalezas y debilidades, pero no el altísimo nivel de antaño. Quedan dos días para que los animadores se relajen de una buena vez, la transmisión sonora sea más apropiada a la envergadura del certamen y los humoristas que quedan puedan sobrevivir a un monstruo cada vez más exigente. Resta desearle al Festival de Viña un “que se mejore”.