En lo más profundo de nuestra memoria, se esconden fragmentos que nos definen. Esos instantes clave, como una sonrisa de la infancia o la emoción de escuchar nuestro nombre en un logro, construyen la base de nuestra identidad. Alguna vez, el gran cineasta Luis Buñuel dijo: “Es necesario haber comenzado a perder memoria, aunque sea solo retazos, para darse cuenta que esta constituye toda la vida”. Su reflexión sintetiza la relevancia de los recuerdos como una brújula que orienta nuestras vivencias. Esta verdad se vuelve evidente cuando enfrentamos el olvido. La memoria no solo actúa como un archivo de eventos pasados, sino que es un mecanismo que permite conectar esas experiencias con el presente. Recordar implica más que simplemente revivir hechos; es un proceso activo de reconstrucción donde imágenes, olores, sonidos y emociones se entrelazan para formar una narrativa personal.
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