Como es de conocimiento público, hay dos tipos de conductores: los que manejan más rápido que uno -los dementes-, y los que manejan más lento que uno -los imbéciles-. Viajando en una Combi, con toda certeza ahora formo parte de este segundo grupo en ojos de la mayoría de los conductores.
Normalmente soy adelantado. Y si el camino es sinuoso, y de vía única, tengo una pequeña fila de autos atrás. Algunos se desesperan y me adelantan temerariamente. Por eso cuando puedo, me desplazo a la berma y hago pasar. Cuando no, me hago el hueón.
Sin embargo, este es el menor de mis problemas de carretera.
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Las carreteras en México son de dos tipos. Está la vía “libre”, que quiere decir que la mantiene el Estado, y no hay peaje. Y la vía “de cuota”, que significa que está concesionada, y se paga peaje. Esto último no implica necesariamente que sea siempre doble vía, o que esté significativamente mejor mantenida que la estatal, pero normalmente es más directa, y tiene menor riesgo de secuestro. Pero es bastante cara. Normalmente, tomo la de cuota solo si el ahorro de tiempo es realmente significativo. Sino, me voy por la libre.
El primero de los problemas de carretera son los lomos de toro, aquí llamados topes. Se encuentran a una frecuencia abrumadora, son de todas las formas, alturas y materiales, y un número considerable no están pintados ni señalizados de forma alguna. Si no estás atento al camino, te los comes con papas fritas. Preguntando al respecto, un amigo me explicó que no solo los pone el Estado, sino que las mismas personas. Cualquier lugar donde haya tenido lugar un atropello, alguien instala motu proprio un tope.
Supongo que esto no es malo, priorizar la seguridad de las personas con bajo presupuesto, pues no hay pasarelas, pero desde la perspectiva del conductor es cansino. Ir al límite de velocidad nunca dura mucho tiempo, siempre hay un tope.
Los otros problemas de carretera
Decidir viajar en una Combi, recorriendo miles de kilómetros en ella, involucra enrolarse en un curso involuntario de mecánica automotriz. O quizá esto aplica a cualquier vehículo que tenga casi los mismos años que uno, si se ha nacido antes de los 90. El asunto es que en la Combi siempre es esperable que algo se rompa, se despegue, se salga, se queme, se autolesione, se flagele, o deje de funcionar por cualquier otro motivo.
Al tercer día de comprarla, poniendo la tercera velocidad, me quedé con la palanca de cambios en la mano. Ninguno de mis amigos mecánicos pudo arreglarlo. Lo llevamos a otro mecánico, donde estuvo tres días, y terminó devolviéndome, en parte, mi dinero porque no había podido solucionar el problema. O entran la primera y la tercera, o la segunda y la cuarta, y la reversa es cuando ella quiera no más. Finalmente, un tercer mecánico, un señor ya mayor, solucionó el problema en veinte minutos, corroborando varios antiguos adagios sobre la edad y la experiencia.
En otra oportunidad, dejó de funcionar el embrague. Lo revisé, y el cable se había cortado. Como la Combi tiene el motor atrás, los pedales jalan largos cables que cruzan por debajo de la Combi y van al motor. Uno de los tubos que debería proteger al cable, había colapsado y terminado cortándolo. Tuve que encenderla en segunda, y llevarla así a un mecánico que por suerte quedaba a 5 kilómetros.
Otra vez, fue el cable del acelerador el que se rompió. Esta vez no había mecánico ni nada, estaba en medio de un camino selvático donde no había nada. Decidí revisar por mi cuenta, después de todo, la mecánica de la Combi no es tan difícil. Solo había que sacar el cable roto, y poner uno nuevo, que por previsor ya tenía. Pero era un trabajo de dos personas, pues una tenía que ir empujándolo y el otro pasándolo, y llovía a cántaros. Por suerte, dos chicas travestis pasaron y una me ayudó. Quedé empapado y embarrado, pero pude llegar a destino.
Qué es un buen road trip sin unas cuantas anécdotas de problemas de carretera.
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