
El teléfono de Nicolás Pasquali (33) no dejó de recibir notificaciones el pasado sábado 15 de febrero. Durante gran parte del día, había estado en Instagram ( @nicopasqualiok ) agradeciendo el apoyo de miles de chilenos que conocieron su historia de vida a través de un reportaje en BioBioChile. Esa noche, recibió el mensaje que había esperado durante ocho años: su permiso para ingresar a Corea del Norte, lo que lo convertiría en el primer argentino y la persona número 326 en el mundo en visitar los 196 países (193 reconocidos por la ONU, más Taiwán, Ciudad del Vaticano y Palestina) que existen en el planeta.
“Viejo, me estoy yendo”, le dijo a su padre a las 2 de la madrugada en el departamento que comparten en el barrio de Belgrano, Buenos Aires. Siguiendo su cábala habitual, Nicolás tomó una botella de agua, se aseguró de llevar su pasaporte y salió con su bolso hacia el aeropuerto de Ezeiza. En el taxi, revisó los pasajes para combinar sus vuelos. De las 72 horas que tenía para llegar a su destino, calculó unas 53 horas entre Buenos Aires, São Paulo, Adis Abeba (Etiopía), Pekín y Yanji (China), sin contar las demoras entre aviones y los traslados necesarios para cruzar en bus a Rasŏn, la ciudad fronteriza al noreste de Corea del Norte.
“Menos mal llegaste”, le dijeron los organizadores del tour. “Es que crucé todo el planeta”, respondió él. “Pero en esas 72 horas tenías que estar en China, no en el culo del mundo”, le contestaron. Nicolás aprovechó la última señal de internet en China para subir una historia a sus redes, explicando que durante los siguientes cinco días, si algo le sucedía, solo lo sabrían cuatro guías norcoreanos y otros 12 turistas que lo acompañaban en la comitiva de la empresa turística Most Traveled People, siempre que el régimen comunista de Kim Jong-un lo permitiera.
“Cualquier error que cometas, así sea una foto que no debas sacar o una calle que no tengas que pisar, vas en cana o sos boleta”, resume Nicolás en diálogo con BioBioChile sobre su visita a la hermética Corea del Norte y su comprensión del rígido sistema desde una perspectiva occidental.
Nicolás Pasquali es un aventurero que ha puesto en riesgo su vida unas diez veces al año desde 2017. Ha subido al tren más peligroso del mundo en Mauritania, ha estado preso en el Congo y se ha quedado varado en una isla inhóspita de Guinea-Bisáu. En Libia, conoció a dirigentes involucrados en la caída de Muamar el Gadafi, y en Pakistán entabló amistad con los talibanes. Se ha enfrentado a piratas somalíes, sobrevivido a tormentas de arena en Arabia y ha atravesado situaciones insólitas donde el fútbol y la “viveza” argentina jugaron un papel crucial. Por ejemplo, en Irak, hablar sobre Messi y los penales de Qatar 2022 le salvó de recibir un balazo en la cabeza.
Su crónica de experiencias, que busca plasmar en un documental, es un testimonio de resistencia, adaptación y humor que trasciende las banderas ideológicas. Como él mismo ha comprobado, “cualquiera de nuestros padres nos diría ‘no hables con extraños’, pero hay que cambiar la perspectiva”.
Un argentino en Corea del Norte: cómo es la vida bajo el régimen de Kim Jong-un
Contrario a lo que muchos podrían pensar, Corea del Norte no fue el país más difícil para Nicolás, siempre que respetara el itinerario propagandístico aprobado por el régimen de Kim Jong-un. “Estuve en 20 países en guerra. Si sos una persona respetuosa, Corea del Norte es fácil de visitar. Fue como un ‘school trip’ en comparación a otros países, con la indicación de ‘eso no se hace’”, comenta el joven trasandino, quien formaba parte de un grupo de turistas occidentales, el único autorizado en los últimos cinco años. Si alguien violaba una mínima regla de los norcoreanos, no solo “no la contaba”, sino que arruinaba la posibilidad de futuros viajes. Justamente, el jueves pasado, el gobierno norcoreano volvió a suspender los tours de extranjeros.
“Estaban todos los ojos sobre nosotros. Nos hicimos muy amigos porque nos cuidamos mutuamente”, recuerda el trotamundos, quien tuvo que cuidar la posición de sus brazos al tomarse una foto junto al monumento dedicado a Kim Il-sung y Kim Jong-il. Su postura no podía ser igual a la de los líderes supremos; si ponía las manos detrás, lo encerraban tras las rejas, en un lugar desconocido.
A Nicolás y a sus compañeros turistas, que incluían a un arqueólogo y un famoso youtuber, los alojaron en un hotel de lujo, aunque sin acceso a internet ni a contenidos externos. “La única norma era tratar a todos con respeto. Nos mostraron escuelas, teatros, farmacias, fábricas, monumentos y una caminata por la montaña”.
Según Nicolás, “no elegíamos qué comer. Íbamos a restaurantes y nos servían banquetes: kimchi, sopa, pastas, arroz, salchichas, té… En el almuerzo y la cena, nos daban más cerveza que agua mineral”. A pesar de que nunca sintió malestar o peligro en los lugares que visitó, le impactó la falta de libertad de pensamiento.
Cuando asistió a una clase en una escuela, Nicolás preguntó a dos niños de 13 años qué les gustaría ser cuando fueran grandes. “Militares para proteger al líder, a mi país”, respondieron. En un teatro, unos niños bailaban con perfecta armonía, como si no hubieran hecho otra cosa en sus cortos años de vida. Mientras agitaban banderitas norcoreanas y cantaban que “Kim Jong-un es el mejor”, cohetes explotaron de fondo en la animación de la pantalla: “Vamos a vencer a Estados Unidos. Kim Jong-un nos dio todo, lo amamos”.
“La sensación de aislamiento en Corea del Norte es total. Pero, por otro lado, también me cuestiono que ellos están hermetizados y no pueden comparar su vida con la de los otros 196 países. Ellos no lo saben. Es como la alegoría de la caverna. No hay posibilidad de angustia si no sabes que existe algo ‘mejor’. Ellos, desde su perspectiva, están bien viviendo de esa manera. Yo fui a aprender, no puedo juzgarlos”, reflexiona el joven viajero, sin pasar por alto que las charlas con los habitantes fueron tensas, debido a los prejuicios de ambos lados.
Nicolás repetiría el viaje a Corea del Norte porque su objetivo no es simplemente tachar países de una lista, sino conocerlos a fondo como una experiencia cultural y filosófica. Esto contrasta con su experiencia en países como Yibuti, en el Cuerno de África, donde jamás volvería debido a la religión extrema o las bases militares que lo asustaron.
La vida después de dar la vuelta al mundo
En la actualidad, Nicolás pasea por París. Antes de regresar a Argentina, se quedó en casa de un amigo para celebrar su hito, pero también para aprovechar la generosidad de la ciudad del arte y vender un cuadro de temática militar que adquirió en Corea del Norte. Además de la pintura, Nicolás pudo llevarse, tras una revisión de su celular por parte de las autoridades, un fascinante material fotográfico y audiovisual. Sin embargo, ya no es un recuerdo personal para repasar frente a amigos y familiares, sino que se ha convertido en una bitácora para entender cómo funciona el mundo.
“Estoy muy emocionado. Estos ocho años no fueron un viaje exterior, sino interior. Soy un agradecido a toda la gente que conocí, a las oportunidades que tuve, a los amigos que hice… Me gustaría hacer un documental con mi vida, mostrarle a la gente que sí se puede”, anticipa el argentino, abierto a escuchar propuestas. Su secreto sigue siendo el mismo, bastante sencillo en comparación a lo que a veces se complica en la mente: “Dale tiempo a tu proyecto, pero se puede, esforzate. Lo que digo va más allá de los viajes. Tuve un sueño y lo pude cumplir. Aprendí de gastronomía, sociedades, política, música, historia, climas. La vida es enriquecerse de lo que pasa en el mundo, y quiero compartir la enseñanza.”