Seguí mi camino hacia el noreste, faltaban algunas paradas antes de llegar a Puebla. En una carretera desolada, al entrar al Estado de México, divisé un numeroso grupo de hombres fuertemente armados. Por su vestimenta, asumí que eran militares, pero el hecho de que llevaran sus cabezas encapuchadas me despertó sospechas.
Rápidamente, tomé el sombrero que tengo en el asiento del pasajero, y me lo puse. Según yo, me da un aspecto de turista tontón, lo que para mí actúa como un evento psicomágico de protección contra los problemas locales. Siempre que en la carretera veo a la policía, me lo pongo. Hasta ahora, nada malo me ha pasado.
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Estaban revisando a un hombre en un sedán rojo, lo tenían de espaldas con las manos sobre el techo del auto. Justo cuando pensé que iba a pasar sin problemas, uno de ellos me ve, y me hace señas de que me detenga.
Se me contrajo un poco el estómago. Con toda probabilidad, sea del cartel o del gobierno, era un control de drogas. Viajar con marihuana no es una buena idea, y yo llevaba una bolsa. Y si bien estaba escondida en un compartimento pseudo secreto, no era nada que una meticulosa revisión no fuera a descubrir. Si los tipos fueran militares, eran muchos como para salir con un soborno -mordida, le dicen aquí-. Si no lo eran, no sé cómo reaccionarían.
Militares o no militares, si un tipo con una metralleta me dice algo, mi tendencia es hacerle caso. Frené, y mientras lo veía acercarse por el retrovisor, traté de no pensar en nada de eso, y meterme de lleno en mi personaje de turista tontón. Lo que no era muy difícil, pues para viajar con marihuana por las carreteras de México, había que ser bastante estúpido.
Se acerca a la ventana del pasajero, que yo llevaba abierta por el calor, y me dice:
- ¿Dónde vas?
- Camino a Puebla
- ¿Fumas marihuana?
- A veces.
- ¿Llevas contigo?
- No, se me acabó.
En eso, un segundo sujeto, también con su metralleta colgada al hombro, abre la puerta corredera de la Combi para mirar el interior. Yo llevaba mi pipa encima de uno de los muebles. Esperé que no la viera, pues cualquier indicio podría propiciar una revisión más exhaustiva. Tenía que evitar eso a toda costa. El nuevo hombre habló:
- ¿Fumas cristales?
- No, no me gusta eso. Te funde el cerebro.
- ¿Y esa hielera? – Dijo, señalándola. – ¿Qué, fumas hielo?
Me reí de su absurdo intento de broma, intentando transmitir despreocupación. Ellos se miraron un poco, y luego el segundo soldado cerró la puerta de la Combi.
- Sigue no más.
- ¿Disculpa, Toluca es para allá verdad? – le pregunté, continuando innecesariamente con mi acto. Ya te liberaron, ¡Sal de ahí!
- Sí, todo derecho no más.
- ¡Gracias!
Continué manejando, aliviado, agitando un puño en el aire para mí mismo, en solitaria celebración. Subí la música al máximo, y seguí mi camino bailando en el asiento. Tuve suerte.
Y aún ni sabía cuánta suerte tuve realmente.