En el año 2000, Gladiator se estableció como un fenómeno cultural y cinematográfico. Dirigida por Ridley Scott, esta epopeya no solo logró recaudar más de 460 millones de dólares a nivel mundial, sino que también se llevó a casa cinco Oscars, incluyendo el de Mejor Película. Sin embargo, mientras el mundo aclamaba esta obra, el director británico se enfrentaba a un dilema inesperado: ¿cómo continuar una historia en la que tanto el héroe, Maximus, como el villano, Commodus, habían muerto en el clímax? Scott sabía que había tomado una decisión dramáticamente poderosa al concluir la trama de esa manera. En sus reflexiones años después sobre el desenlace de su filme, comentó: “Uno siempre pregunta: ‘¿Realmente deberíamos matarlos o no?’” Sin embargo, fue categórico en su justificación: “Parecía lo memorable, porque realmente trata de la inmortalidad”. Con esta resolución, la idea de una secuela parecía condenada al olvido.
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