En el oscuro y peculiar universo de los 90, un experimento cinematográfico surgió de la mente creativa del actor y guionista Dan Aykroyd. Inspirado por un susto personal en una carretera, Aykroyd intentó fusionar el terror y la comedia en una sola obra, un concepto que en papel parecía prometedor, pero que en la práctica resultó ser un estrepitoso fracaso. Nothing but Trouble representó una debacle profesional tanto para su elenco como para Warner Bros. La inspiración para esta película se remonta a 1987, cuando Aykroyd y su hermano vieron Hellraiser. Tras esa función, Aykroyd ideó una mezcla de comedia, reforzada por una experiencia personal: años atrás, un tribunal rural en Nueva York lo había retenido durante horas tras una infracción de tránsito. Ese recuerdo inspiró al personaje Alvin Valkenheiser, un juez excéntrico y cruel.
Aykroyd reunió a un elenco estelar que incluía a Chevy Chase, Demi Moore y John Candy, quien asumió roles dobles. Incluso Tupac Shakur hizo un breve cameo junto a Digital Underground. Originalmente, Aykroyd no planeaba dirigir la película, pero ante el rechazo de cineastas como John Hughes y Landis, aceptó el desafío. El presupuesto de la película, que inicialmente era de 40 millones de dólares, escaló rápidamente debido a las extravagancias del set, que incluía una montaña rusa que desembocaba en una trituradora, lo que causó numerosas reuniones de emergencia para reducir gastos. Además, el comportamiento problemático de Aykroyd, quien despreciaba el proyecto, generó tensiones en el equipo, lo que llevó a un agotamiento que obligó a Aykroyd a una breve hospitalización.
Estrenada finalmente el 15 de febrero de 1991, Nothing but Trouble fue recibida con un nivel de críticas pocas veces visto. Para los críticos, la película fue simplemente inaceptable, y las reseñas fueron demoledoras. El renombrado crítico Roger Ebert rechazó incluso escribir una reseña formal; en su programa de televisión, le otorgó un rotundo “pulgar hacia abajo” y afirmó que, tras haber visto la función nocturna, prefería que los adolescentes alrededor hicieran más ruido para así poder escucharla. La película recaudó solo 9,2 millones de dólares a nivel mundial, frente a un costo de 45 millones, marcando una pérdida devastadora para Warner Bros.
Este fracaso fue tan perjudicial que Aykroyd nunca volvió a tener un gran proyecto como guionista, y su siguiente trabajo, Coneheads (1993), también fracasó en taquilla. Este fracaso coincidió con el desastroso desempeño de otra producción de Warner Bros, The Bonfire of the Vanities, dirigida por Brian De Palma. Ambas películas representaban, en muchos sentidos, el exceso y la falta de control que caracterizaban a finales de los 80. Mientras Nothing but Trouble exploraba el absurdo cómico, The Bonfire of the Vanities intentaba ser un drama de prestigio, pero falló estrepitosamente. Ambas terminaron causando “migrañas bicosteras” en el departamento de contabilidad de Warner Bros, que luchaba por minimizar las pérdidas de dos proyectos fallidos al mismo tiempo. La confianza del estudio en sus potenciales apuestas se vio afectada en ambos casos, llevándolos a reflexionar considerablemente sobre su política de inversión en esa época.
A pesar de la baja aceptación comercial y crítica, Nothing but Trouble desapareció completamente de la conversación cinematográfica. Sin embargo, como sucede con algunas obras singulares que fracasan, el tiempo le otorgó cierto estatus de culto, especialmente entre aquellos que la descubrieron accidentalmente en televisión. Con el tiempo, se convirtió en una “calamidad amarga” que, al mirarla desde una perspectiva diferente, ofrece una extraña fascinación y una visión surrealista del terror. Los defensores argumentan que, a pesar de ser “estrictamente mala”, tiene mérito por ser cualquier cosa menos ordinaria. Aykroyd incluso escribió una carta a todos los involucrados asumiendo toda la responsabilidad por las críticas y los daños a las carreras, un acto de humildad inusual en Hollywood. Así, Nothing but Trouble se presenta como una obra incomprendida, una extravagancia de alto perfil que es una reliquia de un momento en que los estudios tomaban riesgos desmedidos. Quizás su mayor legado radique en la devoción casi accidental de los seguidores que encuentran en ella una especie de encanto del desastre, convirtiéndola en una pieza de colección del cine cómico.