
En la tormenta de nieve que transforma para siempre la vida y el destino de Juan Salvo, en una Buenos Aires sitiada, El Eternauta resuena con ecos de una vasta historia: un país ha sido testigo de una invasión silenciosa y de una resistencia anónima, reflejando su propia memoria. Publicada a finales de los años 50 del siglo XX, la obra de Héctor Oesterheld y Francisco Solano López ha trascendido su condición de historieta para convertirse en un mito literario, siendo considerada como la Moby Dick argentina, una cacería existencial contra una fuerza invisible. Cada nueva lectura redescubre la obra como una profética alegoría política. El Eternauta es uno de los cómics más emblemáticos de Argentina, y puede ser vista no solo como un medio de publicación, sino como una piedra angular de la identidad cultural nacional. Su relato, donde el héroe colectivo se basa en la supervivencia organizada, anticipó décadas de historia. Oesterheld, quien fue desaparecido por la dictadura militar, dejó un manifiesto que sigue encontrando eco en el presente.
La decisión de que una compañía global como Netflix produzca una serie en español “argentino” con Ricardo Darín al frente es considerada una anomalía en el tablero de la industria audiovisual global. En tiempos de narrativas estandarizadas, esta decisión reivindica el peso específico de esta historia, que es irreductible. Bruno Stagnaro, conocido por su trayectoria en el realismo sucio y la tensión urbana, asume la dirección de este proyecto y plantea una pregunta clave: ¿cómo traducir el presente que, al hablar del futuro, habla de nuestra historia? Desde su obra Pizza, birra, faso (1998), que retrató de manera descarnada la marginalidad juvenil y anticipó un gigantesco estallido social, hasta Okupas (2000), que redefinió la ficción televisiva argentina, Stagnaro ha construido su narrativa anclada en la calle y en los códigos de su generación. Ahora, enfrenta el desafío ambicioso de llevar al terreno de la imagen y el sonido una obra fundacional de la literatura de ciencia ficción argentina.
En un extenso diálogo con Infobae Cultura, el director, junto a su hijo Bautista, se asoma a la generación dorada del “nuevo cine argentino” -que incluye a Lucrecia Martel, Israel Adrián Caetano, Sandra Gugliotta y Daniel Burman, entre otros- y habla sobre la responsabilidad de meterse con un tótem de la argentinidad, así como de los desafíos técnicos que implica una adaptación de este tipo, en un contexto donde la política es crucial para la narrativa que ubica los hechos en este tiempo, como las protestas callejeras y la llegada de los deliverys a las plataformas.
El director menciona que “son decisiones”, refiriéndose a la construcción del protagonista, y explica que “hay un montón de cosas que están de algún modo invisiblemente ligadas a eso. Específicamente el protagonista… Insisto, no Darín, sino el protagonista. Tiene que ver con una cuestión, te diría nuevamente, ideológica. O sea, decir qué sociedad somos. Porque yo necesito que mi protagonista arranque la noche jugando al truco a las 5 de la mañana y esté disparando a un bicho. Por tanto, sabe disparar. Tiene cercanía con las armas porque aprendió. ¿Entonces nosotros somos eso o no? Creo que no. Un yanqui sí, así cuentan sus historias, pero acá estamos contando desde nuestra cercanía”. Stagnaro continúa: “Se necesitó construir un personaje que explique esa cercanía, que a mí me siga pareciendo querible… eso conduce a la siguiente cuestión del pasado del personaje. Eso lleva a pensar que las cuestiones son muy largas de explicar en relación a la trama, me gustaría que tuviera 60 años. Tal vez eso permite mantener el espíritu de ese comienzo: estos tipos se juntan a jugar dentro de un universo posible, verosímil, con cierta atmósfera… A la vez, meterme en algo también forma parte de El Eternauta: las segundas oportunidades”.
El director define que “no hay abundancia. Es carencia, cómo nos arreglamos con lo que tenemos”, y resume en una larga y sabrosa respuesta que dará que hablar a partir del día del estreno, el miércoles 30 de abril. En cuanto a cómo llegó a asumir el proyecto, Stagnaro menciona que durante varios años se intentó llevar a cabo por distintos motivos, pero no se pudo. “A mí me gustó mucho y sentí que era cercano. Incluso haciendo Pizza… era una influencia concreta, recordaba la sensación de leerlo y después estar pasando cerca de la cancha de River, ‘uy, mira eso…’ Eso me encantaba. Entendía que había tan poco audiovisual, un anclaje concreto y certero en el espacio. Entonces, hace pocos años, planteé la fantasía de que aquello parecía una empresa demasiado compleja, ni siquiera para empezar. Te hablo del año 2003. Empecé a escribir una versión de un mundo postapocalíptico en Buenos Aires, si en 2001 hubiera ido todo al carajo, la historia arrancaba tres años después. La ciudad ya devastada, bandas, un no-territorio transformado. Hice una indagación bastante profunda. Llegué al primer capítulo. Hice pruebas para resolverlo en términos de producción: contar el mundo. Dentro de eso, probé, por ejemplo, con Rodrigo Serna frente a la pantalla, en Ideas Sur, la semilla del back projecting terminó usándose ahora. Pero quedó ahí. Quedó trunco, nunca apareció la guita buena, lo que frustró. Menos de 18 años después, venía Un gallo para Esculapio y junté a Matías Mosteirin y Leticia Cristi de K&S. Ellos preguntaron si tenía ganas y les empecé a contar el proyecto. Ellos hicieron el link, digamos, sin que yo dijera que era mío, pero estaba inspirado en la idea de la serie. Cuando plantearon, supuestamente, al principio me encantó. Primero pensé, conociendo cómo fue, dije, ‘buenísimo’, narrativos actuales, ‘un buen lejos’. Cuando te acercás, tenés problemas. De toda índole, originalmente era otro medio: uno lector completamente diferente, además seriada (salían páginas por semana). Los arcos planteados ahí eran absolutamente efímeros en general, presos de la lógica del “enganche”. Con eso hay poca construcción a largo plazo. Entonces, vos juntas dificultades. A la hora de continuar, la salvedad que dije fue: ‘me meto, veamos qué pasa’. Con mucha paciencia, le fuimos dando vuelta a lo posible. Esto ocurrió en 2018, llevó tiempo.
Más allá de la complejidad, Stagnaro menciona la mágica coincidencia de aquella primera posibilidad de hacerla, casi veinte años después. “Sí, otras… Primero, externamente, mientras estábamos escribiendo, empezaron a desarrollarse herramientas tecnológicas que tornaban bueno tenerlas claras desde el principio, diagramar para eso. En esta pata, la estética artística y la dificultad material transcurre en el centro. El centro transcurre, sea como sea, para que podamos diseñar y luego adueñarnos. Es decir, venga de afuera, den pre-armado y digan ‘jueguen adentro’. Sino tener autonomía, desde muchos puntos de vista, incluso lealtad hacia la obra, arraigo en un espacio tal que solamente alguien de aquí puede. Parece una tontería, pero la realidad planteaba un gigante entender cómo hacerlo práctico. Desarrollando la narrativa, aparecieron estas herramientas. Filmamos en un entorno virtual con unas pantallas LED gigantes. Alimentado por algo que se llama Unreal Engine, una simulación de juego donde vos movés la cámara y el fondo se mueve contigo. Resultó loco, porque empezamos a pensar en El Eternauta, el golpe irrumpe y remite directamente a nuestras primeras ideas. Justo coincide, durante la pandemia, viendo YouTube, encuentro un escáner láser de calles y digo: ‘¿Esto combinado con otro, onda?’ Entonces empezamos a investigar y logramos armar un diseño para escanear vastos terrenos, darle procesamiento a las fotos y trasladarlo a un sistema de realidad. Todo esto permitió cumplir la idea: nuestra ciudad, carteles, se siente y se lee. Llegar implicó un importante proyecto, un desarrollo técnico significativo y posibilidades futuras. Más: establecer un punto de partida para historias aquí, nuevo. Después trabajamos con algunos estudios que complementaron el trabajo. A nivel conceptual, parecía fundamental que diseñáramos y mandáramos a ellos. En orden de materialidad, pudimos resolver y administrar nosotros. Que cuenten afuera. La técnica es menor. Va por decisiones estéticas que se van tomando.
Luego, en un capítulo, aunque es obvio, hay que señalar que siendo un producto de distribución mundial, se dejan ver escenas donde los protagonistas cantan “Jugo tomate frío” de Manal, por ejemplo. Stagnaro se pregunta cuánto de tono y esos guiños fueron tomados en cuenta en el guion. “La verdad, arrancamos con razones que involucraron dar libertad total a lo que quisiéramos. Este fantasma establece lo que sucedió. Fueron las condiciones necesarias para que existiera, afortunadamente arrancó antes la vinculación inteligente entre Martín y Laura, precisamente en la negociación, establecieron dos básicas: una, que transcurría y otra que hablaba un montón. -con lo que estoy de acuerdo- trabajar en la peculiaridad que intenta ser universal. Supuesto: queremos que lo universal haga ejes de localía y particularidades. En definitiva, -desde mi mirada- siento que sucede: estás leyendo y has leído 45 millones de veces en diferentes formatos. Da una particularidad local gigante, contada desde la perspectiva de un sótano de un grupo de amigos… más: el corazón “lo atamos con alambre”. Enfrentemos que atar con alambre resulta. Hay precariedad y intentamos cuidar, en definitiva sentimos que tenemos que aportar a lo mundial.
En cuanto a la resonancia de la relación entre amigos que escuchan discos de rock, Operación Masacre y la pelea en la radio, Stagnaro menciona que honestamente indagó en ese lado. “Sí, traté de encontrar una manera de que pueda ser actual. Dando pauta de cuál fue nuestro caminito. Pensaba que supuestamente tienen la historieta, encontraba contradicción en que pudieran tener un perfil… sentía que el perfil nutría lo original. La dinámica de la cueva de tipos, reparada de las inclemencias del exterior, se aísla. Esa gran actualidad. La intención es indagar en la idiosincrasia sutil, pintar de color volviendo a los demás… respecto a eso, intenté mantenerme deliberadamente al margen de todas esas consideraciones del autor específicamente de la obra. Justamente, lo potente deja que creas otra. Se torna interesante. Obviamente, es interesante completar la cabeza de uno. En ese sentido, creo que haces bien, es un espejo. Se encuentra allí lo que uno quiere pensar. De esa manera, achicas el cauce.
Cuando se difundió la noticia de que ibas a dirigirlo, coherente con tu cinematográfico, barro, adelante… estilo nacional popular, digamos. Con el paso del tiempo, ¿te has quedado con la misma visión peronista? Stagnaro responde: “Tengo claro en el plano personal dónde me ubico. No quiero que invada. Me siento cómodo, el viaje importa. La identidad, la ética hace, transmite la necesidad de que se ponga en el medio. Me gusta. ¿Hiciste esto? ¿Causó conflicto interno quedar pegado al “realismo argentino”? Stagnaro reflexiona: “Puede que haya sentido que me extravié en la dinámica. Estuve diletante en el equívoco, en el fondo, me interesa el registro. Me mareé en el momento. Fui entendiendo quiénes son y cuáles son los que mueven. Definitivamente, es una capa del relato. La intimidad. La humanidad. Volviendo a lo que decías, “director peronista” (que gracia), atravesó un proceso, contarnos a nosotros mismos con una actitud pasiva hacia afuera, ¿no? Desde múltiples puntos de vista: intentar plasmarlo tanto desde la vista estética, narrativa y técnica. Un factor que trasciende el relato que hicimos es una declaración.