Originalmente, vine a Guadalajara por un par de días, para comprar una van y volver a San Pancho. Pero, finalmente, elegir, comprar -y adaptar- una van para viajar me tomó casi un mes.
Primero fui a darme vueltas a los tianguis de automóviles. Tianguis es una palabra prehispánica que se utiliza para designar un mercado generalmente ambulante, lo que en Chile llamaríamos una feria. Un tianguis de automóviles es esencialmente un gran parche de terreno, lleno de autos estacionados con hojas hechas a mano indicando números de teléfono, precio y características, para comprar directo a sus dueños.
- Anterior: El Covid en México
Vi muchos modelos de autos usados, por supuesto, y por presupuesto, buscaba algo viejo. Chevrolet Astra, Ford Econoline, Chrysler Caravan, pero ninguno me apasionaba demasiado. Al parecer soy un hombre de clichés viejos y refritos, pues pronto comprendí la van que quería: una Volskwagen Kombi, o Combi, como la escriben aquí. El vehículo símbolo de la época hippie de los 60, la van para viajar preferida de los surfistas de la costa oeste de Estados Unidos, el otrora transporte público de innumerables ciudades, al punto que aún hay lugares donde llaman “combis” a las micros.
El problema es su precio. Como se consideran vehículos de colección, su precio no baja. Y en México son particularmente cotizadas. Pero qué se le va a hacer, los amores no se eligen, y el que diga lo contrario es porque nunca ha amado. Definitivamente quería viajar en una Combi.
Encontrando la Combi
Gracias a unos amigos mecánicos que conocí, encontré una Combi que ofrecían por Facebook, y que se veía bien. Fuimos a probarla y ambos me confirmaron que estaba en buen estado. La llevamos al taller de uno de ellos para hacerle una revisión más profunda, y los resultados seguían siendo buenos.
Pero algo en el tipo que la vendía, un señor de unos cincuenta y tantos años, mecánico también, me hacía dudar. Algo en su forma de mirar, su insistencia en que todo estaba bien, sus continuos comentarios no solicitados sobre el estado mecánico. Llámese química, piel, o quizá solo suspicacia injustificada, pero nunca confié en él.
Insistí en que firmáramos un contrato de compraventa, aceptó, y luego de regatear el precio lo más posible, concretamos la transacción. Al parecer todo estaba en orden, y la Combi ya venía con una cama. Así que de inmediato dejé el hostal donde estaba, un lugar de demasiada fiesta para mi treinteañero gusto, y pasé mi primera noche durmiendo en la van.
Fue más una especie de rito que otra cosa, porque realmente faltaba mucho para que la Combi fuera habitable. No tenía cortinas, ni cocina, ni muebles, aparadores, mesa, agua, comida, absolutamente nada. Y la cama era en realidad un sillón cama regular, empotrado a la fuerza. No cumplía con las características que se necesitan para maximizar y optimizar un espacio reducido, esencial para una vida como la que planeaba.
Me desperté sediento y con ganas de ir al baño, y lo primero que hice fue ir a mi ex hostal a pedir si podía utilizarlo. Me cambié de hostal, a uno sin borrachos al medio día, y pasaría las siguientes dos semanas haciéndole algunas modificaciones esenciales a la combi, que lejos de dejarla lista, al menos la habilitarían modestamente.
Lo bueno toma tiempo.
- Siguiente: El viaje perfecto