Y finalmente, llegó el momento de partir. No sé muy bien qué lo gatilla, pero es un sentimiento que se toma su tiempo asentándose, hasta volverse indubitado. Es algo que simplemente se sabe, como estar enamorado: tengo que seguir camino.
No es fácil dejar un lugar donde uno ha sido feliz. Donde se ha encontrado un grupo de personas con las que uno se lleva genuinamente bien. En este mes y medio en el trailer park hemos hecho múltiples cocinadas, pizzas a la parrilla, jugamos fútbol, al truco, innumerables tardes de cerveza, ajedrez, o simples conversaciones bajo las estrellas. ¡Hasta un matrimonio tuvimos! Con Phillipe oficiando improvisadamente de maestro de ceremonias bilingüe.
Una comunidad así, viajando, no se da todos los días. Pero ya venía la temporada de lluvia en San Pancho, y la de trimming en Estados Unidos, así que varios se iban inevitablemente a continuar con la vida.
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En estos últimos seis años, me ha tocado conocer y compartir con muchas personas con quienes me he llevado muy bien. No sabría decir si, en otras condiciones, hubiésemos sido amigos en el sentido tradicional de la palabra, pero sin duda lo fuimos en ese tiempo. Y el momento de partir tiene esa nostalgia, porque se sabe que quizás no nos volveremos a ver nunca. Además, como no mantengo redes sociales, por mi tal vez irracional aversión a estas, tampoco ese mínimo y espurio contacto es posible.
Sin embargo, gracias a esto he aprendido la que considero una de las más importantes lecciones de la vida: saber dejar ir. Aferrarse al pasado, o lo que es lo mismo, a futuros alternativos, es una de las principales fuentes de sufrimiento humano. Lo bueno se vive y se deja ir con la misma facilidad, pues más bueno vendrá.
Esto no significa que las personas se olviden, o que la falta de continuidad les otorgue por algún motivo menos valor. Yo no adscribo a la creencia de que si una relación, de cualquier naturaleza, no dura para siempre, es porque fracasó. Al contrario, todas las cosas cumplen su ciclo. Es solo un reconocimiento de que la vida es movimiento, y que al final del día cada quien tiene su propio camino.
Hay muchas personas que forman parte de mi historia y recuerdo con cariño, aunque no tengo idea de sus destinos hace años. Y esto no tiene nada de ilógico o incoherente, ni disminuye la impronta que cada uno tuvo.
La partida de San Pancho
A instancias de Pame, hice una ruta tentativa hacia el sur. Le pareció inaceptable que ante la pregunta de qué ruta iba a hacer, simplemente le dije que tomaría la carretera que fuera hacia el sur, sin saber decirle ningún nombre de algún lugar donde fuera a parar. Mi destino más cercano era el Estado de Oaxaca, del que había oído hablar a raudales, pero eso estaba a 1500 kilómetros, por lo que sin duda habría muchas estaciones intermedias.
Con los consejos de Pame, armé una ruta tentativa. Su única indicación obligatoria: esquivar el Estado de Guerrero, pues es una guerra permanente entre dos carteles, y no opera ahí el gobierno. Sobre todo, evitar Acapulco, otrora destino del turismo mundial, hoy tierra de nadie. Sus amigos mexicanos estuvieron de acuerdo, por lo que me aseguré de recordarlo.
Así que hicimos una última noche de cerveza y pizzas a la parrilla con todos los amigos del trailer park. A la mañana siguiente, los últimos abrazos, fotos, y buenos deseos. Compañía tan buena como la tuve aquí, de seguro la voy a extrañar. Por ahora, llegó el momento de partir.
Y como dijo alguien: partir es morir un poco.
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