Si alguno ha visto la película “El Día de la Marmota” (Groundhog Day, 1993), recordará cómo Bill Murray revive el mismo día una y otra vez, atrapado en un hechizo temporal.
Algo así es la vida en San Pancho. Todos los días levantarse, ir al lugar de preferencia a pasar al baño, ir a la playa, ir a alguna clase de algo, estar en el parque jugando a las cartas o al ajedrez, tomando mate, fumando mota.
Dicen que en el paraíso todos los días son iguales. Pero para quienes llevan años aquí, hasta el paraíso tiene cosas que cansan.
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La explicación es sencilla. En general, un lugar que ofrece presentaciones artísticas debe variar su cartelera para mantener interesado y entretenido a su público. Sin embargo, si es el público el que cambia, entonces no tienen necesidad de ofrecer espectáculos diferentes.
Eso es lo que ocurre en San Pancho, que pese a ser un lugar donde vive gente, se sostiene económicamente en su mayoría por la población flotante. Esto crea una repetición constante de eventos culturales y recreativos, que quienes viven aquí resienten.
Por ejemplo, hay solo un lugar para salir a bailar. Se llama “El Gallo”, un pub-restaurant que tiene música en vivo regularmente. Cada noche de la semana se dedica a un género musical, o más bien, a exactamente la misma banda, ejecutando exactamente las mismas canciones que tocó la semana pasada.
Al comienzo íbamos con entusiasmo, con los demás argentinos que viajan en van, a escuchar música en vivo y pasarlo bien. Solo Philippe y Lucía, que vivían aquí, nunca iban. Luego de un par de semanas empezamos a comprender por qué, cuando ya sabíamos que todos los miércoles “Calaveras y Diablitos” marcaría el final de la noche, y que el jueves será “No Woman no Cry” la última canción.
No solo de repeticiones vive el hombre
También hay un lugar donde hacen presentaciones artísticas, llamado “La Bodega”. Hicieron una gran presentación un sábado -una varieté- y quedé maravillado. Me pareció impactante la cantidad y cualidad del talento en un pueblo tan pequeño. Malabaristas de toda clase de elementos, espectáculos coordinados de malabarismo con fuego, trapecistas, gimnastas, breves y no tan breves obras teatrales, todo acompañado con música y un trabajo de iluminación bastante bien logrado para los pocos recursos del lugar.
Luego supe que en San Pancho está “el circo de los niños”, que de hecho es una rama del mismísimo Cirque du Soleil. Con razón el nivel del espectáculo era tan alto. A la salida, le comenté a Lucía lo buena que había sido la presentación, y me respondió: “¿Te pareció? Todas las temporadas es lo mismo. El trapecio, el fuego, las piruetas. No cambian nada.”
Reflexioné un momento sobre la diferencia de apreciación. Me chocaba que no pudiera parecerle impresionante lo que acabábamos de presenciar. Yo no recordaba haber visto en vivo tales demostraciones de habilidad. Pero bueno, por algo la sabiduría popular sostiene que en la variedad está el gusto.
Supongo que cuando llegue el momento, cambiaré. Por el momento, aún no me hace daño vivir en el día de la marmota.
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