Mientras esperaba a que pase el Covid en México de la manera menos invasiva posible, hubo una idea que fue creciendo lentamente en mi cabeza, hasta transformarse en una certeza.
He viajado en buses, trenes, aviones, bicicleta, auto. Me he quedado en hostales, dormitorios, cuartos privados, couchsurfing, AirBnB. Pero, ¿qué tal si mi medio de transporte fuera a la vez mi casa?
Siempre hago caso a mis decisiones impulsivas. Meditar las cosas está sobrevalorado. La vida no espera, y si mi guata me dice algo, yo le creo. “Ante la duda, procede” es una de las máximas que me ha regido desde siempre, y estoy muy conforme con sus resultados. Compraré una van, e inauguraré un nuevo tipo de viaje. No hay que parar de cambiar, de experimentar. La vida es movimiento.
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Coticé un poco en San Pancho y alrededores, pero los precios están muy inflados a causa del turismo del norte. Con decir que, a Puerto Vallarta, la ciudad más cercana, a apenas 30 kilómetros de aquí, hay un vuelo directo desde Los Angeles, California. Para el Spring Break las playas aledañas se repletan de adolescentes angloparlantes borrachos.
Tuve que ir más lejos para mi objetivo, a Guadalajara, la segunda ciudad más grande de México, donde seguro encontraría la van de mis sueños recientes, y también echaría un vistazo a cómo se maneja el Covid en México en una metrópolis de verdad, no un paraíso costero.
La verdad, no había demasiada diferencia.
El Semáforo de Guadalajara
El sistema de manejo del coronavirus en México es el semáforo, similar a los “pasos” en Chile, y se aplica para cada estado. Está el verde, que significa que todo está abierto, el amarillo, que implica aforos reducidos, el naranjo, con aforos más reducidos, y el rojo, solo actividades esenciales.
Guadalajara es la segunda o tercera zona urbana más área de México. Está en el estado de Jalisco, la cuna de los mariachis y del tequila, denominación de origen de un pueblito homónimo. Cuando llegué, el semáforo para estaba en naranjo, y en dos días cambió a amarillo.
No noté ningún cambio ni ninguna restricción en particular, salvo que casi todo el mundo usa cubrebocas, aunque no parece haber ninguna penalización por no usarlo. El mercado estaba lleno, los bares y restaurantes también, así como los comercios. En la zona turística, donde me hospedé, el paseo peatonal principal ardía de actividad, y en las terrazas de los antros, como llaman aquí a los clubes, discos y bares bailables, la gente baila pegada y hasta abajo.
Pero, por supuesto, no se dejan de lado “las medidas de prevención”. Estas consisten en la aplicación sistemática de alcohol en gel en cada perímetro que uno visita, así como las constantes tomas de temperatura con resultados inverosímiles para un ser humano vivo. Son más bien medidas antiparanoia que anticovid, pero supongo que esa pandemia paralela debe ser controlada igualmente.
Disfruté de esta aproximación a la pandemia mientras conocía la ciudad, y a ratos buscaba por una van que me llamara la atención para armar la que pretendo sea mi casa por los próximos años. Viendo el jolgorio nocturno a mi alrededor, y la lenta vacunación, no sé qué tanto se prolongará esta laxitud epidemiológica en el manejo del Covid en México.
Si me tocara hacer cuarentena, mejor que mi casa tenga ruedas.
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