
En la década de los 90, un grupo de científicos rusos se propuso un ambicioso proyecto: transformar la noche en día mediante un espejo espacial. Este invento, que consistía en un satélite equipado con un espejo, tenía como objetivo aprovechar la luz solar para iluminar Siberia durante los meses invernales, un desafío que parecía casi imposible. Aunque el proyecto fue llevado a cabo, los resultados fueron diversos y no cumplieron con todas las expectativas. La idea fue concebida por el ingeniero de la extinta Unión Soviética, Vladimir Syromyatnikov, quien demostró que la creatividad puede ser una respuesta a las necesidades más urgentes de la humanidad.
El pionero que soñaba con iluminar Siberia
Vladimir Syromyatnikov fue un ingeniero espacial de renombre en Rusia, conocido por su trabajo en la Vostok, la nave que llevó al cosmonauta Yuri Gagarin a orbitar la Tierra en 1961. Desde joven, Syromyatnikov se destacó en el programa de diseño espacial y cohetes de Rusia, comenzando su carrera a los 23 años. Según Vice, su nombre era sinónimo de garantía en cualquier proyecto. Uno de sus inventos más significativos fue el mecanismo que permite el acoplamiento de naves en el espacio, un diseño que, según el Instituto Smithsoniano, sigue siendo utilizado en los transbordadores espaciales.
El ingeniero Bruce Bandt, quien trabajó con Syromyatnikov en el programa Soyuz-Apollo, comentó en 2006 para el Washington Post:
“Siempre estaba pensando. Si había un problema, siempre tenía un cuaderno de dibujo a mano. Tuvimos nuestra cuota de fallos y problemas en la fase de prueba… pero no pasaría mucho tiempo, a veces de la noche a la mañana, antes de que hubiera soluciones”.
Consciente de la oscuridad que afecta a las regiones donde el sol brilla solo unas pocas horas al día, Syromyatnikov buscaba aprovechar la energía solar para extender la jornada laboral y reducir los costos de iluminación en áreas remotas. Para ello, propuso el uso de grandes velas solares, lo que dio origen a un proyecto innovador.
El espejo solar de Syromyatnikov
Durante su carrera, Syromyatnikov siempre expresó su deseo de “iluminar” la noche. Este proyecto se convirtió en su principal enfoque, lo que lo llevó a fundar el Consorcio de Regatas Espaciales. Según Jonathan Crary, profesor de arte y teoría en la Universidad de Columbia, el objetivo inicial del proyecto era:
“proporcionar iluminación para la explotación industrial y de recursos naturales en áreas geográficas remotas con largas noches polares en Siberia y Rusia occidental, lo que permitiría que el trabajo al aire libre se llevara a cabo las 24 horas del día”.
A través de esta organización, Syromyatnikov pudo canalizar recursos y modificar el proyecto original para hacerlo más accesible, dando lugar al desarrollo del Znamya. En la era postsoviética, el plan fue bien recibido por las autoridades rusas, ya que prometía aumentar la productividad. Syromyatnikov expresó a The Moscow Times:
“Piensen en lo que significará para el futuro de la humanidad. No más facturas de electricidad, no más inviernos largos y oscuros. Es un gran avance para la tecnología”.
El auge y caída de “Znamya”
Para llevar a cabo el proyecto, Syromyatnikov y su equipo planificaron la construcción de un espejo espacial de 20 metros de ancho, cubierto por una fina lámina de mylar que se desplegaría desde un mecanismo central y sería lanzado desde la estación espacial Mir, según The New York Times.
El primer Znamya fue lanzado el 27 de octubre de 1992 mediante la nave espacial Progress M-15, que despegó del cosmódromo de Baikonur en Kazajistán. El costo del Znamya fue de aproximadamente 10 millones de dólares de la época. Al llegar a la Mir, el Znamya se desplegó, reflejando la luz solar y generando un brillo similar al de una luna llena. Observadores en la Tierra notaron un
“pulso brillante como si viniera de una estrella”, mientras que los astronautas en órbita reportaron una
“luz tenue”, según el Instituto Smithsoniano.
Sin embargo, la luz del dispositivo solo logró iluminar una parte de Europa occidental y central. Si el proyecto hubiera tenido éxito, el siguiente paso habría sido lanzar una cadena de satélites en órbitas sincronizadas con el Sol, a una altitud de 1,700 kilómetros. No obstante, el experimento no cumplió con las expectativas, ya que la luz resultó ser
“menos intensa” y
“difusa” para iluminar una zona de la Tierra. Posteriormente, el Znamya se quemó al reingresar a la atmósfera, cayendo en suelo canadiense. A pesar de que los resultados eran alentadores en teoría, el proyecto enfrentaba dificultades financieras en un contexto de colapso de la Unión Soviética.
El fracaso de la segunda misión
El 5 de febrero de 1999, se lanzó un segundo Znamya, que tenía un diámetro de 25 metros y un mayor alcance, con la capacidad de cubrir un área de 8 kilómetros de ancho. Sin embargo, la maniobra no se llevó a cabo como se había planeado, ya que al desplegar los espejos reflectantes, el Znamya quedó atrapado en una antena de la nave Progress.
Tras este fracaso, Vladimir Syromyatnikov intentó obtener financiamiento para un tercer Znamya, pero no tuvo éxito. El ingeniero falleció en 2006, dejando su sueño inconcluso. A lo largo de su vida, mantuvo una actitud optimista respecto a su proyecto, afirmando:
“El camino hacia lo inexplorado es un desafío”.