Pasé unos días en La Saladita, saliendo con Jane, pero ya pronto se agotó el lugar. No había realmente nada más que hacer que surfear o ir a la playa, lo que está bien por una cantidad limitada de tiempo. Jane me comentó de otro pueblo, llamado Troncones, donde iba a trabajar en una cafetería por un tiempo. Así fue fácil decidir mi próximo destino.
Troncones es un poco más grande que La Saladita, con más habitantes y servicios. Un balneario playero, pero no surfista, tan agradable como cualquier otro. Con sus mandatorios alojamientos para turistas de distinto poder adquisitivo: desde hoteles de varias estrellas, hasta sencillos campings, pero todo igualmente orilla playa.
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Me quedé en uno de los campings. El dueño es un tipo joven con largas rastas y que siempre lleva lentes oscuros. No sé cómo hace para ver en la noche. Los demás campistas son todos mexicanos jóvenes. A diario se consume cerveza y marihuana, se juega un poco de ajedrez. Un lugar de relajo normal.
Solo con Jane salgo a recorrer un poco más. Pese a llevar tanto tiempo haciendo esto, la realidad es que soy pésimo viajando. No tengo problema en pasar semanas o meses en un lugar, saliendo siempre a los mismos lugares, haciendo lo mismo, y sin conocer todo lo que hay disponible en los alrededores. Parques, cerros, caminatas, hitos, son cosas que usualmente me pierdo.
Soy muy bueno para decir que “sí” a cualquier plan que me propongan, pero mi falta de iniciativa propia a este respecto es alarmante. Por eso, conocer a alguien para pasar el tiempo, que tenga más iniciativa para hacer cosas, es algo bueno.
Vivir en un país barato
Un día saliendo a playas con Jane, descubrimos la zona más exclusiva de Troncones. Casas que parecen palacetes, altos muros de piedra, alambrado electrificado, negras rejas automáticas, guardias de seguridad, y vehículos 4×4.
Este panorama no es único de Troncones, sino que se repite en casi todos los pueblos playeros que he visitado. No es un secreto ni un descubrimiento que hay personas con mucho dinero que viven con opulencia. Pero en México hay un factor adicional: estas personas no son mexicanos. La gran mayoría, son estadounidenses.
Es muy explicable. México es lo que un gringo, o a menor escala un chileno, podría llamar “un país barato”, que no es sino otra forma de decir “un país más pobre que el mío”. Por tanto, es entendible que vengan a adquirir aquí una situación que no podrían obtener en su propio país. ¿Quién no querría tener una casa en la playa?
Yo también disfruto y he disfrutado de estar en países baratos. El sudeste asiático, la India, e incluso algunos de nuestros propios países vecinos. Lugares donde con mi hora de trabajo puedo comprar muchas horas del trabajo ajeno. Y sufrido el estar en un país más caro, como cuando viví en Francia.
Sin embargo, los precios en Francia no eran tanto más caros que en Chile. Pero mi salario de mesero, por 35 horas a la semana, superaba los 1200 euros, más de un millón de pesos chilenos, lo que me alcanzaba para alojamiento, transporte, alimentación, y esparcimiento. Salud y educación no cuentan, porque no se pagan.
Pero en Chile, por ese trabajo, que serían 45 horas a la semana, probablemente no ganaría ni la mitad. Eso es algo que no entiendo. Chile no es un país barato, no es un país pobre. Pero con un trabajo promedio, no alcanza para vivir.
¿Dónde está la riqueza de Chile? ¿Quién la tiene?
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