El asombroso destino de Phineas Gage tras un accidente que cambió su vida

Phineas Gage: un viaje fascinante a través de la neurociencia y la resiliencia humana.
Phineas Gage: un viaje fascinante a través de la neurociencia y la resiliencia humana.

El accidente de Phineas Gage en 1848 transformó su vida y la medicina moderna, revelando el impacto de las lesiones en el lóbulo frontal.

En el año 1848, un joven de 25 años, conocido como Phineas Gage, experimentó un accidente que estuvo a punto de costarle la vida, pero logró sobrevivir. Este incidente, que involucró un fierro que se incrustó en su cráneo, tuvo un impacto significativo en la medicina moderna. Gage era un hombre enérgico y decidido que trabajaba como capataz en la expansión del ferrocarril Rutland & Burlington, en el sur de Cavendish, Vermont, Estados Unidos.

Durante este periodo de rápido desarrollo en el país, era habitual que los trabajadores llevaran a cabo explosiones controladas para facilitar la construcción de la línea ferroviaria. En el desempeño de su labor, Gage lideraba un equipo que realizaba perforaciones en rocas de granito, las cuales eran posteriormente llenadas con pólvora. Sin embargo, un error en las detonaciones resultó en un accidente que cambió su vida para siempre. Un fierro de aproximadamente un metro de longitud y tres centímetros de diámetro, utilizado para hacer las perforaciones, impactó a Gage, penetrando por su pómulo izquierdo y saliendo por la parte superior y anterior de su cabeza.

El 13 de septiembre de 1848, a las 16:30 horas, testigos del incidente observaron cómo el fierro, que pesaba alrededor de seis kilos, atravesó la cabeza de Gage. La escena fue tan impactante que los presentes temieron lo peor. Sin embargo, a los pocos minutos, Gage demostró una notable resistencia al estar consciente y caminar por su propio pie hacia una carreta tirada por bueyes que lo llevó a la consulta del doctor John Harlow. Sam Kean, un divulgador científico que ha investigado el caso, señala que el fierro aterrizó a 25 metros de distancia, manchado con sangre y tejido cerebral. A pesar de la gravedad de la herida, Gage comenzó a hablar con normalidad en cuestión de minutos.

Aunque recibió atención médica, la herida se infectó media hora después del accidente, y Gage permaneció en un estado semicomatoso, consciente pero confundido, durante dos semanas. Durante este tiempo, sufrió una infección que resultó en un absceso en su frente, el cual fue drenado mientras su cerebro permanecía expuesto. Harlow, quien realizó la intervención quirúrgica que le salvó la vida, extrajo fragmentos de hueso de la herida, dejando un hueco en la parte superior de su cabeza. A pesar de las complicaciones, para noviembre de ese mismo año, Gage había vuelto a su vida cotidiana, aunque su existencia ya no sería la misma.

En 1849, Gage estaba listo para regresar al trabajo, pero sus amigos notaron un cambio drástico en su personalidad. A pesar de que había recuperado su capacidad para hablar y recordar, dejó de ser el hombre respetuoso que había sido antes del accidente. Harlow, quien continuó siguiendo el progreso de Gage durante varios años, observó que “ya no era Gage”. En un artículo publicado en el Boletín de la Sociedad Médica de Massachusetts, describió a Gage como una persona “caprichosa” e “irreverente”, que a menudo se entregaba a groseras blasfemias, mostraba poca deferencia hacia sus compañeros y se mostraba impaciente ante las restricciones que entraban en conflicto con sus deseos.

La familia de Gage también notó su cambio de comportamiento, ya que comenzó a desarrollar un apego inusual a ciertos objetos. Sam Kean relata en su libro “Una historia insólita de la neurología” que Harlow puso a prueba a Gage ofreciéndole dinero por algunas piedras que había recogido, pero Gage se negó a entregarlas, incluso por una suma de 1.000 dólares. Para obtener ingresos, Gage participó en un espectáculo de “curiosidades”, donde el público podía tocar su cabello y observar cómo su cerebro latía a través de la herida en su cráneo. Posteriormente, trabajó en diversas granjas y desarrolló una afición por los caballos, lo que lo llevó a convertirse en conductor de carruajes en New Hampshire.

En 1854, Gage decidió emigrar a Latinoamérica, llegando al puerto de Valparaíso, Chile. Aunque no existen muchos testimonios sobre su estancia en la ciudad, se acepta ampliamente que Gage pasó varios años en Chile, transportando pasajeros por los escarpados caminos entre Valparaíso y Santiago. Sam Kean indica que entre 1854 y 1859, Gage manejó un carruaje tirado por al menos seis caballos. Francisco Aravena, autor del libro “La vida eterna de Phineas Gage”, menciona que la falta de información sobre su tiempo en Valparaíso se debe a la sobrepoblación de inmigrantes en la época, lo que hizo que la presencia de Gage, a pesar de su notable herida, pasara desapercibida en los medios.

El caso de Phineas Gage es significativo en el ámbito de la neurociencia, ya que su lesión afectó la zona orbital de su lóbulo frontal, lo que demostró la importancia de esta área del cerebro en las emociones, la personalidad y las funciones ejecutivas. Gracias a este incidente, se ha comprendido que el cerebro puede recuperarse de lesiones traumáticas. El profesor John Aggleton, experto en neurociencia de la Universidad de Cardiff, explica que Gage se volvió “desinhibido”, un término que describe lo que ocurre en algunas personas tras sufrir lesiones en el lóbulo frontal. Esto implicó que perdió sus inhibiciones tanto en contextos sociales como emocionales, lo que dificultó su interacción con los demás.

Después de su tiempo en Chile, Gage regresó a San Francisco en 1859 para reunirse con su familia. Un año más tarde, falleció a causa de un ataque epiléptico relacionado con las lesiones en su lóbulo frontal. En 1867, su cadáver fue exhumado por el doctor Harlow, y actualmente, el cráneo de Phineas Gage, junto con el fierro que casi le costó la vida, se exhiben en el museo anatómico Warren de la Escuela de Medicina de Harvard.