La frase del filósofo griego parece obvia, pero en tiempos de crisis se hace difícil pensar en ser felices en medio de la pandemia, el desempleo y el confinamiento. Chile, descendió 15 puntos este año en percepción de felicidad, lo que Alejandra Ojeda, gerente de Asuntos Públicos de IPSOS Chile atribuye a la doble crisis en Chile: social y sanitaria.
El coronavirus ha precipitado un cambio que viene gestionándose desde hace años, nos enfrentamos de lleno a la era digital, la que nos desafía a nivel de habilidades tecnológicas y también a nivel mental y emocional. La hiperconectividad implica un flujo incesante y acelerado de información, que además se suma a condiciones de inseguridad por el temor a la enfermedad y la muerte. ¿Es posible preguntarnos, en tiempos de crisis, sobre la genuina aspiración de todo ser humano a la Felicidad?
Según la psicología frente a amenazas externas nuestros sentidos se enfocan en la supervivencia: cuando uno lo está pasando mal, busca evitar el dolor más que la felicidad en sí misma, ese alivio del dolor ya es placer. Desde la filosofía muchos pensadores han reflexionado sobre el tema. Aristóteles, por ejemplo, consideraba que la felicidad se trata de un proceso en el que logras ser la mejor versión de ti mismo cultivando tus virtudes. Y Séneca aseguraba que la felicidad depende de a lo que cada uno le da importancia y, por lo tanto, implicaría dejar de pensar y sufrir por las cosas que no dependen de nosotros.
Como seres sociales y con necesidades materiales es difícil no sentirse condicionado por el entorno, pero sí podemos intentar enfocarnos en lo que está a nuestro alcance. Es decir, nos concentramos en canalizar lo que Freud llama energía amorosa para amar y trabajar. No sólo trabajar laboralmente, si no que trabajar en ser constructores de nuestra felicidad.
Cuando pareciera haber una crisis global de sentido es justamente el momento para hacernos la pregunta por nuestra propio bienestar y las herramientas que tenemos para encontrarla. Una herramienta puede ser la tecnología si entregamos a los procesos de digitalización nuestras características más humanas y sensibles para enriquecer las posibilidades de conectar verdaderamente. Por eso, la alfabetización digital y emocional son clave, urge humanizar la tecnología para lograr el llamado “bienestar digital”.
El 2020 fue un año desafiante, aún transitamos un camino incierto donde hay que sobrellevar pérdidas, innovar en el trabajo, repensar el modo de habitar y relacionarnos. Por eso es importante darse un espacio de reflexión y una oportunidad real de empezar bien el 2021. Pensando menos en la vacuna, la recuperación económica y las cuarentenas y más en nuestros placeres cotidianos y nuestros proyectos significativos. Sólo así podremos tener un verdadero Feliz Año Nuevo.
Catalina Guzmán, Magister en Comunicación y Fundadora de Pensar en Red