Siguiendo el consejo de Pame, me embarqué en una caminata exhaustiva por San Pancho, preguntando a las señoras que barren la vereda por un lugar donde vivir, al menos el siguiente mes en este pueblo burbuja, mientras expira la pandemia en el resto del mundo.
Una expectativa que pronto se verificaría muy ilusa.
Caminando en el tercer mundo
Caminar es la mejor manera de conocer un lugar. A bordo de un vehículo, los alrededores no son más que manchas borrosas y pasajeras, pero caminando se tiene tiempo para prestar atención, observar los detalles que hacen a un país diferente de su vecino, a un pueblo distinto del siguiente.
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Las calles de San Pancho tienen nombres de países de los denominados “en vías de desarrollo”, y su calle principal se llama Avenida Tercer Mundo. Así, caminé por México, Cuba, Egipto, Camboya, Tailandia, India, buscando un lugar donde vivir por el próximo mes, mientras aprendía cosas sobre el tercer mundo.
Por ejemplo, en el tercer mundo no se toma el agua de la llave, se debe comprar de garrafones de veinte litros.
En el tercer mundo la policía es siempre una fuerza enemiga, que está ahí para extorsionarte, funcionando mediante sobornos.
En el tercer mundo los extranjeros vienen con sus poderosas monedas, aumentando los precios de las cosas.
Asimismo, en el tercer mundo las señoras que barren la vereda saben de lugares para arrendar, pero están todos ocupados por los extranjeros, que ya van superando en número a los locales. Resulta claro que el dato ha estado dando vueltas un buen tiempo, pues estadounidenses y canadienses ya tienen una segunda casa aquí.
También hay quienes llegan trabajar y vivir por mediano o largo plazo, y otros como yo solo por corto tiempo, atraídos por lo que se dice del lugar.
Y era fácil entender por qué.
Extranjeros en el paraíso
San Pancho es de esos lugares de geografía clásica paradisíaca, donde la selva se encuentra con el mar, bajo un clima tropical. En otras palabras, hay una extensa playa cuyas aguas tienen una temperatura agradable, hace calor la mayor parte del tiempo, pero crece una exuberante vegetación que ayuda a morigerar su efecto, proporciona sombra, y esa sensación de bienestar que genera el estar rodeado de plantas.
El lado oscuro, desde mi punto de vista, es que los extranjeros son suficientes como para no tener que mezclarse con los locales, una triste realidad. Los argentinos se juntan entre ellos, lo mismo los gringos y los franceses. No son muchos los que parecen querer integrarse, sobre todo los gringos, que algunos llevan años en el lugar y siguen sin hablar una gota de español. Claro, no tienen necesidad, si ni siquiera lo requieren para hacer las compras, pues los mexicanos en general hablan bien el idioma del país del norte, y en un lugar como este más aún. La plata manda.
Otra cosa que descubrí caminando es lo fácil que es conseguir marihuana aquí, y probablemente otras drogas también. De día, hay que ir hasta el panteón -el cementerio-, donde un par de locales la extraerán de un gran bolso deportivo, y por $60 pesos -unos $2.500 chilenos- te darán una bolsa de aproximadamente 10 gramos. Si es de noche, solo hay que preguntarle al tipo que descansa en la hamaca en uno de los parques, con similar dinámica.
Finalmente, una señora sentada me mostró un pequeño departamento que tenía disponible, y cerramos el trato rápidamente. Aquí viviré al menos por el siguiente mes.
En Avenida Tercer Mundo.
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